15 de octubre de 2025

Curazao, la isla ‘dushi’ del Caribe

Desde lo más alto en el cielo, se podían apreciar los colores vibrantes que visten los edificios coloniales de la isla que vuela hacia el sol, ubicada en el “corazón” del Caribe, Curazao.

Al bajar del avión de la aerolínea dominicana Arajet, en el Aeropuerto Internacional Hato, un sol abrasador acompañado de la frase ‘Bon Biní’, término en el idioma oficial de los curazoleños, papiamento, que significa “bienvenidos”, y un cálido guiño empezaron inmediatamente a adueñarse de la atención y energía positiva de sus nuevos visitantes de República Dominicana. 

Aunque Curazao es una isla que tiene una superficie de tan solo 444 km², con una población de 160,000 habitantes, entre ellos 8,000 dominicanos, es un destino con mucho que ofrecer: palmeras, playas de arena blanca, fauna, comida influenciada por Europa, flora, las edificaciones pintorescas de Willemstad y la alegría de las más de 50 nacionalidades que allí convergen, por mencionar algunos de sus atributos. Todos estos elementos se conjugaron brindando una gran experiencia.  

En el trayecto hacia el hotel Kura Botánica, antigua Kura Hulanda, la carretera difería de la tradicional vegetación de islas tropicales. Contrario a esto, eran perceptibles matorrales xerófilos, con diversas formas de cactus, arbustos espinosos, árboles de hoja perenne, y el árbol nacional de la isla, ‘divi-divis’, mencionado por la venezolana Juvira, de Rumba Tours. Aquello era presente al recorrer las ciudades Bandabou y Bandariba.

Con un coctel de frutos frescos característicos de la isla como el coco y la naranja, la cultura colorida de la mayor de las islas ABC del Caribe, junto a Aruba y Bonaire, dio la bienvenida a su territorio

Un recorrido por Willemstad

La capital de Curazao, Willemstad, causa mucho asombro por lo animada y divertida que es, debido a la diversidad de colores que tiene: azul, lila, rosado, verde, marrón y los que puedas imaginar, exceptuando el blanco.

El culpable de su variado cromatismo es Albert Kikkert, un gobernante excéntrico que para paliar sus dolores de cabeza, que él atribuía al resplandor intenso del sol en el blanco de las casas, en 1817 dictó una ley que obligaba a pintar los edificios en tonos pastel. Años después se descubrió que tras sus argumentos había una fábrica de pintura de su propiedad. Esta curiosa disposición todavía permanece vigente.

La ciudad de estilo europeo y raíces africanas es famosa por ser un ejemplo único de la arquitectura colonial neerlandesa en el Caribe, y su área histórica, centro de la ciudad y puerto fueron declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en el año 1997.

La bahía de St. Anna divide la ciudad en dos: Punda en el este y Otrobanda en el oeste. Los dos están unidos por el Puente Flotante de la Reina Emma, desde el que se percibe, también, el Puente de la Reina Juliana como si estuviera pintado al fondo. Este puente es considerado el más alto del Caribe, según Elvis Reynoso, de Gbiz Solutions. 

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